¿Puedo leerles unas líneas de Guerra y Paz de Tolstoi?

En el momento de entrar Borís, el príncipe Andréi, entornados despectivamente los ojos -con esa especial expresión de cansada cortesía que dice abiertamente: “No hablaría con usted si no tuviese la obligación de hacerlo”-, escuchaba a un viejo general ruso con muchas condecoraciones que, casi de puntillas, estirado, con el rostro enrojecido y una casi humilde expresión obsequiosa, informaba de algo al príncipe Andréi. -Muy bien… Tenga la bondad de esperar- dijo al general en ruso, pero con pronunciación francesa que empleaba cuando quería expresar desdén; al darse cuenta de la presencia de Borís, dejó de atender al general (que seguía suplicándole que lo escuchara) y lo saludó alegremente. En ese instante Borís comprendió con toda claridad lo que presentía desde el principio: que en el ejército, además del sistema y la disciplina escrita en los reglamentos, enseñada en el regimiento y tan conocida por él, existía otro sistema más esencial: la que obligaba al general, de rostro cárdeno y abotagado, a esperar respetuosamente, mientras que un capitán, el príncipe Andréi, encontraba más oportuno, para satisfacción propia, charlar con el subteniente Drubetskói. Ahora más que nunca Borís hizo firme propósito de obedecer ese sistema no escrita, y no fijado en los reglamentos.

Cuando usted invita a un moralista-de-mediana edad a dirigirse a usted, supongo que debo concluir, por improbable que parezca la conclusión, que a usted le gusta la moralización-de-mediana-edad. Haré lo posible por satisfacerlo. De hecho, le daré consejos sobre el mundo en el que va a vivir. No quiero decir con esto que vaya a hablar de lo que se llama asuntos relevantes. Seguramente ustedes saben tanto como yo sobre ellos. No voy a decirles -salvo en una forma tan general que apenas la reconocerán- qué papel deben desempeñar en la reconstrucción de la posguerra.

De hecho, no es muy probable que ninguno de ustedes pueda, en los próximos diez años, hacer ninguna contribución directa a la paz o la prosperidad de Europa. Estaréis ocupados buscando trabajo, casándoos, adquiriendo información. Voy a hacer algo más anticuado de lo que quizás esperaban. Voy a dar consejos. Voy a hacer advertencias. Consejos y advertencias sobre cosas que son tan perennes que nadie las llama “asuntos relevantes”.

Y, por supuesto, todo el mundo sabe contra qué advierte un moralista-de-mediana edad como yo a sus jóvenes. Les advierte contra el Mundo, la Carne y el Diablo. Pero uno de este trío será suficiente para tratar hoy. Al Diablo, lo dejaré estrictamente solo. La asociación entre él y yo en la mente del público ya se ha profundizado tanto como quisiera: en algunos sectores ya ha alcanzado el nivel de confusión, si no de identificación. Empiezo a darme cuenta de la verdad del viejo proverbio de que “quien con el diablo haya de comer, larga cuchara ha de menester”. En cuanto a la Carne, debéis ser unos jóvenes muy anormales si no sabéis tanto de ella como yo. Pero sobre el Mundo creo que tengo algo que decir.

En el pasaje que acabo de leer de Tolstoi, el joven subteniente Boris Drubetzkoi descubre que en el ejército existen dos sistemas o jerarquías diferentes. Uno está impreso en un pequeño libro rojo y cualquiera puede leerlo fácilmente. Además, se mantiene invariable. Un general es siempre superior a un coronel, y un coronel a un capitán. La otra no está impresa en ninguna parte. Ni siquiera se trata de una sociedad secreta formalmente organizada con oficiales y reglas que se te comunicarán después de haber sido admitido. Nunca eres admitido formal y explícitamente por nadie. Descubres poco a poco, de forma casi indefinida, que existe y que estás fuera de ella; y más tarde, quizás, que estás dentro.

Hay lo que corresponde a las contraseñas, pero son demasiado espontáneas e informales. Una jerga particular, el uso de apodos particulares, una manera alusiva de conversar, son las señas. Pero no es tan constante. No es fácil, incluso en un momento dado, decir quién está dentro y quién está fuera. Algunas personas están obviamente dentro y otras fuera, pero siempre hay varias en el límite. Y si vuelves al mismo Cuartel General de División, o al de Brigada, o al mismo regimiento o incluso a la misma compañía, después de seis semanas de ausencia, puedes encontrar esta jerarquía secundaria bastante alterada.

No hay admisiones ni expulsiones formales. La gente cree que está dentro después de haber sido expulsada de ella o antes de que se le haya permitido entrar: esto proporciona una gran diversión a quienes están realmente dentro. No tiene un nombre fijo. La única regla segura es que los de adentro y los de afuera lo llaman por diferentes nombres. Desde dentro puede designarse, en casos simples, por mera enumeración: pueda llamarse “Tú, Tony y yo.” Cuando es muy seguro y relativamente estable en sus miembros, se llama a sí mismo ‘nosotros.’ Cuando tiene que ampliarse repentinamente para hacer frente a una emergencia en particular, se llama a sí mismo “Toda la gente sensata de este lugar.” Desde fuera, si no has conseguido entrar en ella, la llamas “Esa pandilla” o “ellos” o “Fulano y su grupo” o “El grupo” o “El anillo interior”. Si eres un candidato a la admisión probablemente no lo llames de ninguna manera. Discutirlo con los otros forasteros te haría sentir fuera de ti mismo. Y mencionar hablar con el hombre que está dentro, y que puede ayudarte si esta conversación actual va bien, sería una locura.

Por muy mal que lo haya descrito, espero que todos hayan reconocido lo que estoy describiendo. Por supuesto, no es que hayas estado en el ejército ruso o quizás en cualquier ejército. Pero has conocido el fenómeno de un Anillo Interior. Descubriste uno en la escuela de tu casa antes de que finalizara el primer trimestre. Y cuando subiste a algún lugar cercano al final de tu segundo año, tal vez descubriste que dentro del Anillo había un Anillo aún más interno, que a su vez era el borde del gran Anillo escolar al cual los anillos de la casa eran meros satélites. Incluso es posible que el Anillo de la Escuela estuviera casi en contacto ante el Anillo de algún “Master.” De hecho, empezabas a perforar la piel de la cebolla. Y aquí también, en tu universidad, ¿me equivoco al suponer que en este mismo momento, invisible para mí, haya varios anillos presentes en esta sala? Y puedo asegurarles que en cualquier hospital, posada de la corte, diócesis, escuela, negocio o universidad al que llegue después de caer, encontrará los Anillos, lo que Tolstoi llama otro sistema o sistema no escrito.

Todo esto es bastante obvio. Me pregunto si dirás lo mismo de mi próximo paso, que es este, creo que en la vida de todos los hombres en ciertos períodos, y en la vida de muchos hombres en todos los períodos entre la infancia y la vejez extrema, uno de los elementos más dominantes sea ¡el deseo de estar dentro del Anillo local y el terror de quedarse fuera! Este deseo, en una de sus formas, ha tenido mucha justicia en la literatura. Quiero decir, en forma de esnobismo. La ficción victoriana está llena de personajes que están agobiados por el deseo de entrar en ese Anillo en particular que se llama, o se llamaba Sociedad. Pero ha de entenderse claramente que ‘Sociedad,’ en ese sentido de la palabra, no sea sino uno de los cien Anillos y, por lo tanto, el esnobismo es solo una forma del anhelo de estar adentro.

Las personas que se creen libres, y de hecho lo estén, del esnobismo, y que lean sátiras sobre el esnobismo con tranquila superioridad, puedan ser devoradas por el deseo de otra forma. Pueda ser la misma intensidad de su deseo de entrar en algún Anillo diferente y silencioso lo que les haga inmunes a los encantos de la alta vida. Una invitación de una duquesa sería un consuelo muy frío para un hombre dolorido por el sentimiento de exclusión de alguna “côterie” comunista o incluso artística. Pobre hombre―, no son habitaciones grandes, iluminadas, ni champán, ni siquiera escándalos sobre compañeros y ministros del gabinete lo que anhela: es el pequeño ático o estudio sagrado, las cabezas juntas, la niebla del humo del tabaco y el conocimiento delicioso que nosotros, los cuatro o cinco, todos acurrucados junto a esta estufa, somos las personas que “saben.”

A menudo, el deseo se oculta tan bien que apenas reconocemos los placeres de la fruición. Los hombres les dicen no solo a sus esposas sino a ellos mismos que sea una dificultad el quedarse hasta tarde en la oficina o en la escuela en algún trabajo adicional importante para el cual han sido admitidos porque ellos, Fulano de tal y los otros dos son las únicas personas aún en el lugar que realmente saben cómo se manejan las cosas. Pero no es del todo cierto. Es muy aburrido, por supuesto, cuando el viejo Fatty Smithson te lleva a un lado y te susurra: “Mira, tenemos que hacerte participar en este examen de alguna manera” o “Carlos y yo vimos enseguida debías ser parte de este comité.” Un aburrimiento terrible… ¡ah, pero cuánto más terrible sería si te dejaran fuera! Es agotador y poco saludable perder las tardes de los sábados: pero tenerlas libres porque no importas, eso es mucho peor.

Freud diría, sin duda, que todo sea un subterfugio del impulso sexual. Me pregunto si el zapato no estará a veces en el otro pie. Me pregunto si, en épocas de promiscuidad, muchas virginidades no se hayan perdido menos en la obediencia a Venus que en la obediencia a la tentación del grupo. Pues, por supuesto, cuando la promiscuidad está de moda, los castos son los de fuera. Son ignorantes de algo que otras personas saben. No están iniciados. Y en cuanto a los asuntos más livianos, el número de quienes primero fumaron o se emborracharon por una razón similar probablemente sea muy grande.

Ahora debo hacer una distinción. No voy a decir que la existencia de Anillos Interiores sea un mal. Ciertamente es inevitable. Debe haber discusiones confidenciales: y no solo no es algo malo, es (en sí mismo) algo bueno, que la amistad personal crezca entre quienes trabajen juntos. Y quizás sea imposible que la jerarquía oficial de cualquier organización coincida del todo ante su funcionamiento real. Si las personas más sabias y enérgicas ocuparan invariablemente los puestos más altos, podría coincidir; ya que a menudo no es así, debe haber personas en puestos altos que sean a la postre pesos muertos y personas en puestos inferiores que sean más útiles de lo que su rango y antigüedad les llevaría a suponer. De esa manera, el segundo sistema no escrito está destinado a crecer. Es necesario; y quizás no sea un mal necesario. Pero el deseo que nos atrae hacia los Anillos Interiores es otro asunto. Una cosa pueda ser moralmente neutral y, sin embargo, el deseo por esa cosa pueda resultar siendo peligroso.

Como ha dicho Byron, ‘Dulce es un legado y dulce pasajero / La muerte inesperada de una anciana.’
La muerte indolora de un pariente piadoso a una edad avanzada no es un mal. Pero el deseo ferviente de su muerte por parte de sus herederos no se considera un sentimiento adecuado, y la ley desaprueba incluso al intento más suave de acelerar su partida. Dejemos que los Anillos Interiores sean un rasgo inevitable e incluso inocente de la vida, aunque ciertamente no uno hermoso: pero ¿qué pasa con nuestro anhelo de entrar en ellos, nuestra angustia cuando somos excluidos y el tipo de placer que sentimos cuando entramos?

Como ha dicho Byron, ‘Dulce es un legado y dulce pasajero / La muerte inesperada de una anciana.’
La muerte indolora de un pariente piadoso a una edad avanzada no es un mal. Pero el deseo ferviente de su muerte por parte de sus herederos no se considera un sentimiento adecuado, y la ley desaprueba incluso al intento más suave de acelerar su partida. Dejemos que los Anillos Interiores sean un rasgo inevitable e incluso inocente de la vida, aunque ciertamente no uno hermoso: pero ¿qué pasa con nuestro anhelo de entrar en ellos, nuestra angustia cuando somos excluidos y el tipo de placer que sentimos cuando entramos?

No tengo derecho a hacer suposiciones sobre el grado al que cualquiera de ustedes pueda estar ya comprometido. No debo asumir que alguna vez te hayas descuidado, y finalmente te hayas desprendido, de amigos a quienes en realidad amabas y que podrían haberte durado toda la vida, para cortejar la amistad de aquellos que te parecieran más importantes, más esotéricos. No debo preguntarte si alguna vez hayas derivado un placer real de la soledad y la humillación de los forasteros después de que tú mismo estuviste dentro: si hayas hablado con otros miembros del Anillo en presencia de forasteros simplemente para que los forasteros envidien; si los medios por los cuales, en tus días de prueba, propiciaste al Anillo Interior, fueran siempre del todo admirables.

Mi propósito principal en este discurso es simplemente convencerlos de que este deseo sea uno de los grandes resortes permanentes de la acción humana. Es uno de los factores que conforman al mundo tal cual le conocemos: todo este revoltijo de publicidad, competencia, confusión, decepción, injerencia y lucha, y si sea uno de los resortes principales permanentes, entonces puede bastante seguro de esto. A menos que tomes medidas para evitarlo, este deseo va a ser uno de los motivos principales de tu vida, desde el primer día en que ingresas a tu profesión hasta el día en que seas demasiado mayor para preocuparte. Eso será lo natural: la vida que te llegará por sí sola. Cualquier otro tipo de vida, si la lleves, será el resultado de un esfuerzo consciente y continuo. Si no haces nada al respecto, si te dejas llevar por la corriente, de hecho serás un ‘portador del anillo interior.’ No digo que vayas a tener éxito; eso es lo que pueda ser. Pero ya sea por suspirar y deprimirse fuera de los Anillos, a los que nunca puedas entrar, o pasando triunfalmente cada vez más lejos, de una forma u otra, serás ese tipo de hombre.

Ya he dejado bastante claro que creo que es mejor que no seas ese tipo de hombre. Pero usted puede tener una mente abierta sobre la cuestión. Por lo tanto, sugeriré dos razones para pensar como lo hago. Sería educado y caritativo, y en vista de su edad también razonable, suponer que ninguno de ustedes es todavía un canalla. Por otra parte, por la mera ley de los promedios (no digo nada en contra del libre albedrío) es casi seguro que al menos dos o tres de ustedes, antes de morir, se habrán convertido en algo muy parecido a un sinvergüenza. Debe haber en esta sala la hechura de al menos ese número de egoístas sin escrúpulos, traicioneros y despiadados. La elección está todavía ante ustedes: y espero que no tomen mis duras palabras sobre sus posibles caracteres futuros como una muestra de falta de respeto a sus caracteres actuales.

Y la profecía que hago es ésta. Para nueve de cada diez de ustedes, la elección que podría llevar a la sinvergüenzura llegará, cuando llegue, con colores no muy dramáticos. Los hombres evidentemente malos, evidentemente amenazantes o sobornadores, casi seguro que no aparecerán. Durante un trago, o una taza de café, disfrazado de trivialidad y entre dos chistes, de labios de un hombre, o una mujer, a quien recientemente has estado conociendo mejor y a quien esperas conocer aún mejor -justo en el momento en que estás más ansioso por no parecer burdo, o ingenuo o mojigato- la insinuación llegará. Será la insinuación de algo que no está del todo de acuerdo con las reglas técnicas del juego limpio; algo que el público, el público ignorante y romántico, nunca entendería: algo por lo cual incluso los forasteros en su propia profesión tienden a armar un escándalo: pero algo, dice su nuevo amigo, que ‘nosotros’ –y ante la palabra ‘Nosotros’ intentamos no sonrojarnos por mero placer, algo ‘que siempre hacemos.’

Y serás atraído, si eres atraído, no por un deseo de ganancia o comodidad, sino simplemente porque en ese momento, cuando la copa estaba tan cerca de tus labios, no puedes soportar ser empujado de nuevo al frío mundo exterior. Sería tan terrible ver el rostro del otro hombre, ese rostro afable, confidencial y deliciosamente sofisticado, volverse repentinamente frío y despectivo, saber que te han juzgado por el Anillo Interior y rechazado. Y luego, si se siente atraído, la próxima semana será algo un poco más alejado de las reglas, y el año que viene algo más aún, pero todo con el espíritu más alegre y amigable. Puede terminar en un accidente, un escándalo, una servidumbre penal: puede terminar en millones, una nobleza y dar los premios en tu vieja escuela. Pero serás UN TRUHÁN.

Ésa es mi primera razón. De todas las pasiones, la pasión por el Anillo Interior es la más hábil para hacer que un hombre que todavía no es muy malo haga cosas muy malas. Mi segunda razón es ésta: la tortura asignada a los ‘Danaids’ en el inframundo clásico, la de intentar llenar los tamices con agua, es el símbolo no de un vicio sino de todos los vicios. Es la marca misma de un deseo perverso que busque cuanto no se pueda tener. El deseo de estar dentro de la línea invisible ilustra esta regla. Mientras estés gobernado por ese deseo, nunca obtendrás lo que deseas. Estás intentando pelar una cebolla: si lo consigues, no quedará nada. Hasta que venzas al miedo a ser un forastero, seguirás siendo un forastero.

Sin duda, esto es muy claro cuando se piensa en ello. Si quieres liberarte del [tener el privilegio de] cierto círculo por alguna razón sana, si, por ejemplo, quieras unirte a una sociedad musical porque realmente te gusta la música, entonces existe la posibilidad de satisfacción. Puedas encontrarte tocando en un cuarteto y puedas disfrutarlo. Pero si todo lo que desees sea estar informado, tu placer será de corta duración. El círculo no puede tener desde adentro el encanto que tenía desde afuera. Por el solo hecho de admitirte, ha perdido su magia. Una vez desaparecida la primera novedad, los miembros de este círculo no serán más interesantes que tus viejos amigos. ¿Por qué deberían serlo? No buscabas la virtud, la bondad, la lealtad, el humor, el aprendizaje, el ingenio o cualquiera de las cosas que en realidad se pueden disfrutar. Simplemente querías estar ‘dentro.’ Y ese es un placer que no puede durar. Tan pronto como tus nuevos asociados te hayan sido identificados por la costumbre, estarás buscando otro Anillo. El final del arco iris aún estará por delante de ti. El viejo Anillo ahora será solo el fondo monótono para tu esfuerzo por ingresar al nuevo.


Y siempre resultará difícil entrar, por una razón que muy bien conoces. Tú mismo, una vez que estás dentro, quieres ponérselo difícil al próximo participante, al igual que aquellos que ya están dentro te lo han puesto difícil a tí. Naturalmente. En cualquier grupo sano de personas que se mantenga unido por un buen propósito, las exclusiones son en cierto sentido accidentales. Tres o cuatro personas que se juntan por algún trabajo excluyen a otros porque sólo hay trabajo para unos cuantos o porque los otros no pueden hacerlo. Tu pequeño grupo musical limita su número porque las salas en las que se reúnen no son grandes. Pero su Anillo Interior genuino existe para la exclusión. No sería divertido si no hubiera forasteros. La línea invisible no tendría sentido si la mayoría de la gente estuviera en el lado equivocado de la misma. La exclusión no es un accidente; es la esencia.

La búsqueda del Anillo Interior romperá sus corazones a menos que lo rompas. Pero si lo rompes, obtendrás un resultado sorprendente. Si en tus horas de trabajo haces del trabajo tu fin, ahora te encontrarás desprevenido dentro del único círculo de tu profesión que realmente importa. Serás uno de los artesanos del sonido, y otros artesanos del sonido lo sabrán. Este grupo de artesanos no coincidirá en modo alguno con el Anillo Interior o la Gente Importante o la Gente Conocedora. No moldeará esa política profesional ni desarrollará esa influencia profesional que luche por la profesión en su conjunto contra el público: ni conducirá a esos escándalos y crisis periódicas que produce el Círculo Interior. Pero hará aquellas cosas para las que existe esa profesión y, a la larga, será responsable de todo el respeto que esa profesión realmente disfrute y que los discursos y anuncios no puedan mantener.

Y si en tu tiempo libre habrás llegado desprevenido a un interior real: que de hecho estás cómodo y seguro en el centro de algo que, visto desde fuera, se vería exactamente cual un Anillo Interior. Pero la diferencia es que su secreto es accidental y su exclusividad un subproducto, y nadie fue llevado allí por la tentación de lo esotérico: porque son solo cuatro o cinco personas que se gusten entre sí y se encuentran para hacer las cosas que gusten. Esta es la amistad. Aristóteles la colocó entre las virtudes. Causa quizás la mitad de toda la felicidad del mundo, y ningún Portador de Anillo Interno puede tenerla.

Se nos dice en las Escrituras que aquellos quienes piden, obtienen. Eso es cierto, en un sentido que ahora no puedo explorar. Pero, en otro sentido, hay mucha verdad en el principio del colegial ‘los que lo pidan no tendrán.’ Para un joven que acaba de entrar en la vida adulta, el mundo le parece lleno de ‘interiores,’ lleno de deliciosas intimidades y confidencias, y desea entrar en ellas. Pero si sigues a ese deseo, no alcanzarás ningún ‘interior’ que valga la pena alcanzar. El verdadero camino está en otra dirección. Es como la casa de ‘Alicia a Través del Espejo’.

Fuente: https://www.lewissociety.org/innerring/

Apoyo de traducción: https://www.facebook.com/Ram.AsturiasII/posts/2661651437406679

About Author

C.S. Lewis, cuyo nombre completo es Clive Staples Lewis, (nacido el 29 de noviembre de 1898 en Belfast, Irlanda [actualmente en Irlanda del Norte] y fallecido el 22 de noviembre de 1963 en Oxford, Oxfordshire, Inglaterra), erudito y novelista de origen irlandés, autor de unos 40 libros, muchos de ellos de apologética cristiana, como Las cartas de Screwtape y Mero cristianismo. Su obra de mayor fama duradera puede ser Las crónicas de Narnia, una serie de siete libros infantiles que se han convertido en clásicos de la literatura de fantasías.

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